domingo, 16 de noviembre de 2008

“Para un cristiano, la santidad no es un lujo, sino una NECESIDAD!!!

El título que nos introduce a la celebración de la Solemnidad de Todos los Santos fue la respuesta que dió la Beata Madre Teresa de Calcuta a una periodista que le preguntaba cómo se sentía ella al ser estimada, por no pocos, como una santa viviente.

Las Lecturas de la Liturgia de la Solemnidad:

Apocalipsis 7,2-4.9-14 : "Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua"

Salmo Responsorial: 23:"Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor"

I Juan 3,1-3:"Veremos a Dios tal cual es"

Evangelio: Mateo 5,1-12ª:"Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo"

El tono de esta Solemnidad es tremendamente festivo! Y no es para menos, pues se trata de una victoria, de un triunfo, de un premio alcanzado, de una esperanza cumplida, de un regalo estrenado con gozo y satisfacción.

Se trata de la respuesta de vida que miles y miles de cristianos han venido dando a tavés de los siglos cuyas biografías conocidas o menos, se constituyen en diferentes y siempre convergentes "Evangeliarios" en diferentes situaciones de la vida. Cada bautizado ha anunciado a Cristo cuando ha vivido como Él, siguiendo sus huellas en un discipulado de escucha orante de la Palabra, de reflexión y conversión de vida, de acción inteligente y solidaria por erradicar las cadenas del pecado en sí mismo y en la vida de los hermanos.

Aquella cifra una tanto misteriosa de ciento cuarenta y cuatro mil salvados, de todas las tribus de Israel, significa la voluntad absoluta e irrevocable de Dios, de llamar a TODOS, absolutamente a TODOS a participar de su victoria y de su reinado. El simbolismo que encierra tal cifra alude a una cantidad que va más allá de las simple doce tribus de Israel, indicando con ello la exhuberancia con la que Dios llama y ama a los hombres y a los pueblos que se abren a la escucha de su Palabra. Inmediatamente, la aparente cifra fija y excluyente se convierte en una multitud que nadie podría contar, de toda nación, pueblo y lengua que exulta y goza de la victoria del Cordero, es decir, de Jesucristo, el Hijo de Dios Encarnado.

La Liturgia que ya se celebra en Dios –en el cielo – es festiva y toda ella se centra en lo que ha hecho el Cordero, Aquél que inaugurando una Nueva Humanidad en su Propia Carne. A través de su Vida, Pasión, Muerte y Resurrección, ha hecho desaparecer la insidia del pecado con la inclinación al mal en todas sus expresiones de desamor, de egoísmo y de injusticia de la carne humana, de modo tal que, todo aquel que lava sus vestiduras en la sangre del Cordero, es decir, que participa, que se entrelaza con la Vida y la Acción de Jesucristo en la lucha contra el propio pecado y la rectificación de las propias facultades operativas, llega a cristalizar para sí mismo aquella victoria que Jesucristo ha ya alcanzado para sí y para todos nosotros: "Todo el que tiene esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él es puro" dice el Apóstol.

Es entonces que las palabras Juan Evangelista resuenan claras y precisas: "Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es". Es esta visión la que colma de sentido, la que satura de alegría la propia expectativa respecto al valor de la vida y de lo que no espera en la vida eterna.

Visión de Dios que significa, comunión con él, relación filial madurada y purificada en un amor que ha aprendido a ser humilde y que ha comprendido que la verdadera batalla en la vida es la que combatemos contra nuestra individual inclinación al egoismo, a la avaricia, a la lujuria, a la vanidad, a la envidia que insidian nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestra acciones, enturbiando la vida familiar, social y política de nuestros pueblos.

El espíritu de las Bienaventuranzas describen la fisonomía espiritual de quien camina en la santidad y madura en ella. Somos santos desde el bautismo porque en él comenzamos a pertenecer a Dios y somos susceptibles de recibir, de percibir y de acoger la acción del Espíritu Santo Quien nos va modelando configurándonos a Jesucristo, el Hijo por excelencia. Ser santos, vivir santamente significa poner toda la propia disponibilidad para vivir el clima de Dios en sí y con los demás. Si Dios es Amor, el clima de la santidad es la caridad!!!Por eso que necesitamos ser santos... para amar más y mejor y de esta manera, desarrollar positivamente todas nuestras aptitudes personales en el peculiar y personalísimo estado de vida o vocación en el que nos es encontremos.

NADIE PUEDE QUEDAR EXCLUÍDO DE LA SANTIDAD CUANDO TODOS PERMANECEMOS BAJO LA MISMA MIRADA DE AMOR DEL PADRE, EN EL HIJO, POR EL ESPÍRITU SANTO.

Sí! Es un hecho! Sólo hay una sola tristeza en la vida, como decía Leon Bloy, y es la de no ser santos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

HISTORIAS DE VIDA «ASÍ MI HIJO HABLÓ A LOS ÁNGELES Y SUBIÓ AL CIELO»

«ASÍ MI HIJO HABLÓ A LOS ÁNGELES Y SUBIÓ AL CIELO» HISTORIAS 23/02/2024 Hablan la madre y el padre de Davide Fiorillo, fallecido a causa de ...