1. ¿Dios, enemigo del hombre o su Salvador?
La escena del restablecimiento de la Alianza entre Dios y lo que quedó de la humanidad representada en Noé y su familia, nos podría interrogar acerca de la del amor y fidelidad de Dios hacia los hombres, ya conocidos en su inclinación al mal y al pecado. ¿No será que Dios se hartó de los hombres y los aniquila para que regenerar la especie?
En realidad, sería una apreciación muy apresurada y carente de sentido. Si el hombre fuese tan imposible de ser recuperado, ¿para qué salvar a Noé y a su familia? Más bien, Noé es testimonio que el hombre en su fragilidad puede ser fiel a su identidad, a su vocación y por ello, necesita ser salvado.
Ser salvado, quiere decir, ser puesto en la situación de superar la propia inclinación al mal y ser colocado, en cambio, en la situación de vislumbrar su verdadera identidad filial que se le concede por pertenecer al Padre y que se le regala en Jesucristo por el Bautismo.
Es Dios quien establece su paz y la entrega a los hombres. Si los hombres consentimos al mal y organizamos nuestras vidas y sociedades desde patrones de conducta que instituyen el egoísmo, la lujuria y la injusticia como ejes de su realización, entonces, se manifiesta el instante de la MUERTE DEL HOMBRE.
Toda vez que la historia ha conocido pasajes de su recorrido donde las sociedades han preferido su perspectiva antes que la de Dios, simplemente se han expuesto a la autodestrucción, a la muerte.
Dios es amigo del hombre de todos los tiempos porque ama su vida. La ama absolutamente en gratuidad, porque no la necesita para nada que no sea participar y realizarse en un amor de donación, de entrega de sí.
Por eso que Dios no puede sernos infiel. Siempre es necesariamente fiel. Solo Él es capaz de afirmarnos más y mejor que toda nuestra voluntad de autoafirmación. Dios nos afirma desde su llamada a la conversión.
2. Jesucristo, verdadero hombre, muestra cómo discernir entre el bien y el mal
Es particularmente concreto y breve el evangelio de este Primer Domingo de Cuaresma (Mc. 1, 12-15). Marcos es esencial. El Hijo de Dios es plenamente Hombre. Asume y afronta la misión por la que ha venido a este mundo: restaurar la capacidad de fidelidad y de obediencia de una carne que había quedado escindida en su tensión espiritual por el pecado hecho de arrogancia, de soberbia con relación al Padre quien no era ya visto como Fuente de la propia identidad sino como enemigo amenazador de la propia y singular libertad.
El Hijo se alza con viril energía y afirma desde su propia posibilidad de sufrimiento que la carne, si está animada por la escucha filial de la Palabra de Dios, puede resistir y vencer la tentación. La tentación! Ese cúmulo de voces que emergen desde dentro del corazón humano y esa ráfaga de colores que le llega desde la sensibilidad, hacen de la libertad humana una tarea rdua y fatigosa.
Tarea expuesta al error y al mal; y, por lo mismo, necesitada de reflexión, de revisión, de corrección y de sanación. Somos libertades heridas necesitadas de la Unción que proviene del encuentro con el Señor. El contacto con su Palabra y con su vida sacramental realiza en nosotros, los efectos de una sanación interior. Entonces comenzamos a caminar con menos equipaje. El peso muerto del mal que hacemos o de la misma proclividad al mal, se atenúa bajo la mano fuerte del Hermano y Salvador Jesucristo.
Discernir entre el bien y el mal es la sabiduría coonsumada de toda vida humana. Aprender la sabiduría y dirigir la propia vida con ella y desde ella es señal de madurez. La verdadera sabiduría es el seguimiento de Jesucristo por el desierto de lo que resulta esencial para vivir con sentido, prescindiendo de toda otra realidad que no colma absolutamente o que solo nos aproxima instantes de realización.
3. Dios quiere que nos salvemos..., quiere nuestra mayor libertad.
La mayor libertad comienza cuando Jesucristo, el Hijo, nuestro Hermano, elige según el corazón del Padre allí donde nosotros mismos no somos capaces de elegir como hijos sino como enemigos del Padre. Las elecciones de Jesucristo en su camino por el desierto apaga la brama de las pasiones más recónditas del corazón humano y la subordina a la escucha obediente y filial de la Palabra de Dios.
En esa Palabra y en esa escucha obediente, todo hombre descubre el trazado de su propia perfección como hijo en el Hijo, y se abre al discipulado. La salvación es sobre todo, seguimiento de Jesucristo en esa modalidad de vida filial y fraterna que restaura la comunión con Dios basada en la humilde aceptación de sí mismo y en la disponibilidad para realizar la voluntad del Padre.
Ese seguimiento restaura la relación con el mundo, con los bienes de la terra que dejan de ser la finalidad excluisiva del deseo y de la posesión personal para pasar a ser, mediación de la solidaridad y espacio de la propia y justa autorealización.
Seguimiento que recupera la primacía de las personas a las personas. Entonces, las relaciones interpersonales ya no se rigen por la apariencia o por el afán de poder y de sometimiento de unos contra otros; sino que, se constituye en el espacio necesario del discernimiento de la verdad que se nos ha confiado como comunidad; el espacio de la reciprocidad y de la colaboración en relaciones de justicia y de equidad. Ninguno excluido, todos protagonistas.
4. La Cuaresma: un tiempo para renacer a la propia y verdadera identidad de hijos en el Hijo.
Es así cómo la Cuaresma es un período muy deportivo porque nos estimula a desarrollar aquellas dimensiones de nuestra personalidad adormecidas por la rutina o la poca vida espiritual. Nos solicita al silencio, esa modalidad de desierto que nos aleja de lo supérfluo y de lo banal y nos restituye a la sensatez y a la objetividad.
Frugalidad y templanza son los medios por los cuales el espíritu se mantiene ágil y despierto para atender la Voz del Hermano y concretizar en cada segmento de la jornada, el propio itinerario de configuración con el Hijo. Haciendo así podremos augurarnos que llegaremos a la Pascua, algo más cerca de la plenitud de altura humana en Cristo, que es la altura de la filiación amada, adorada y servida en la contemplación de Dios y de su realización histórica en la Pascua de Jesucristo Nuestro Señor.
Dios te bendiga! Echémonos a caminar...!
La escena del restablecimiento de la Alianza entre Dios y lo que quedó de la humanidad representada en Noé y su familia, nos podría interrogar acerca de la del amor y fidelidad de Dios hacia los hombres, ya conocidos en su inclinación al mal y al pecado. ¿No será que Dios se hartó de los hombres y los aniquila para que regenerar la especie?
En realidad, sería una apreciación muy apresurada y carente de sentido. Si el hombre fuese tan imposible de ser recuperado, ¿para qué salvar a Noé y a su familia? Más bien, Noé es testimonio que el hombre en su fragilidad puede ser fiel a su identidad, a su vocación y por ello, necesita ser salvado.
Ser salvado, quiere decir, ser puesto en la situación de superar la propia inclinación al mal y ser colocado, en cambio, en la situación de vislumbrar su verdadera identidad filial que se le concede por pertenecer al Padre y que se le regala en Jesucristo por el Bautismo.
Es Dios quien establece su paz y la entrega a los hombres. Si los hombres consentimos al mal y organizamos nuestras vidas y sociedades desde patrones de conducta que instituyen el egoísmo, la lujuria y la injusticia como ejes de su realización, entonces, se manifiesta el instante de la MUERTE DEL HOMBRE.
Toda vez que la historia ha conocido pasajes de su recorrido donde las sociedades han preferido su perspectiva antes que la de Dios, simplemente se han expuesto a la autodestrucción, a la muerte.
Dios es amigo del hombre de todos los tiempos porque ama su vida. La ama absolutamente en gratuidad, porque no la necesita para nada que no sea participar y realizarse en un amor de donación, de entrega de sí.
Por eso que Dios no puede sernos infiel. Siempre es necesariamente fiel. Solo Él es capaz de afirmarnos más y mejor que toda nuestra voluntad de autoafirmación. Dios nos afirma desde su llamada a la conversión.
2. Jesucristo, verdadero hombre, muestra cómo discernir entre el bien y el mal
Es particularmente concreto y breve el evangelio de este Primer Domingo de Cuaresma (Mc. 1, 12-15). Marcos es esencial. El Hijo de Dios es plenamente Hombre. Asume y afronta la misión por la que ha venido a este mundo: restaurar la capacidad de fidelidad y de obediencia de una carne que había quedado escindida en su tensión espiritual por el pecado hecho de arrogancia, de soberbia con relación al Padre quien no era ya visto como Fuente de la propia identidad sino como enemigo amenazador de la propia y singular libertad.
El Hijo se alza con viril energía y afirma desde su propia posibilidad de sufrimiento que la carne, si está animada por la escucha filial de la Palabra de Dios, puede resistir y vencer la tentación. La tentación! Ese cúmulo de voces que emergen desde dentro del corazón humano y esa ráfaga de colores que le llega desde la sensibilidad, hacen de la libertad humana una tarea rdua y fatigosa.
Tarea expuesta al error y al mal; y, por lo mismo, necesitada de reflexión, de revisión, de corrección y de sanación. Somos libertades heridas necesitadas de la Unción que proviene del encuentro con el Señor. El contacto con su Palabra y con su vida sacramental realiza en nosotros, los efectos de una sanación interior. Entonces comenzamos a caminar con menos equipaje. El peso muerto del mal que hacemos o de la misma proclividad al mal, se atenúa bajo la mano fuerte del Hermano y Salvador Jesucristo.
Discernir entre el bien y el mal es la sabiduría coonsumada de toda vida humana. Aprender la sabiduría y dirigir la propia vida con ella y desde ella es señal de madurez. La verdadera sabiduría es el seguimiento de Jesucristo por el desierto de lo que resulta esencial para vivir con sentido, prescindiendo de toda otra realidad que no colma absolutamente o que solo nos aproxima instantes de realización.
3. Dios quiere que nos salvemos..., quiere nuestra mayor libertad.
La mayor libertad comienza cuando Jesucristo, el Hijo, nuestro Hermano, elige según el corazón del Padre allí donde nosotros mismos no somos capaces de elegir como hijos sino como enemigos del Padre. Las elecciones de Jesucristo en su camino por el desierto apaga la brama de las pasiones más recónditas del corazón humano y la subordina a la escucha obediente y filial de la Palabra de Dios.
En esa Palabra y en esa escucha obediente, todo hombre descubre el trazado de su propia perfección como hijo en el Hijo, y se abre al discipulado. La salvación es sobre todo, seguimiento de Jesucristo en esa modalidad de vida filial y fraterna que restaura la comunión con Dios basada en la humilde aceptación de sí mismo y en la disponibilidad para realizar la voluntad del Padre.
Ese seguimiento restaura la relación con el mundo, con los bienes de la terra que dejan de ser la finalidad excluisiva del deseo y de la posesión personal para pasar a ser, mediación de la solidaridad y espacio de la propia y justa autorealización.
Seguimiento que recupera la primacía de las personas a las personas. Entonces, las relaciones interpersonales ya no se rigen por la apariencia o por el afán de poder y de sometimiento de unos contra otros; sino que, se constituye en el espacio necesario del discernimiento de la verdad que se nos ha confiado como comunidad; el espacio de la reciprocidad y de la colaboración en relaciones de justicia y de equidad. Ninguno excluido, todos protagonistas.
4. La Cuaresma: un tiempo para renacer a la propia y verdadera identidad de hijos en el Hijo.
Es así cómo la Cuaresma es un período muy deportivo porque nos estimula a desarrollar aquellas dimensiones de nuestra personalidad adormecidas por la rutina o la poca vida espiritual. Nos solicita al silencio, esa modalidad de desierto que nos aleja de lo supérfluo y de lo banal y nos restituye a la sensatez y a la objetividad.
Frugalidad y templanza son los medios por los cuales el espíritu se mantiene ágil y despierto para atender la Voz del Hermano y concretizar en cada segmento de la jornada, el propio itinerario de configuración con el Hijo. Haciendo así podremos augurarnos que llegaremos a la Pascua, algo más cerca de la plenitud de altura humana en Cristo, que es la altura de la filiación amada, adorada y servida en la contemplación de Dios y de su realización histórica en la Pascua de Jesucristo Nuestro Señor.
Dios te bendiga! Echémonos a caminar...!
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