lunes, 9 de junio de 2008

Un Amor incluyente

Un Amor incluyente que prefiere al miserable

Domingo X del Tiempo Ordinario

1. Una página autobiográfica

El pasaje del Evangelio de Mateo que ha iluminado la escucha de toda la Iglesia recogida en oración dominical (Mt., 9, 9 -13) es una narración autobiográfica del apóstol y evangelista Mateo sobre su propia experiencia vocacional.

La pintura del Caravaggio muestra con singular belleza y exaltación los tonos de aquel misterioso y profundo diálogo entre el Maestro y el pecador.
Mateo está trabajando como el publicano que maneja dinero de judíos y romanos. Él se sabe un "excluído" entre los de su misma patria; sea por su trabajo que por su ambición.

Y he aquí que el Galileo Jesús de Nazareth pasa delante de su cotidiana faena y con gesto libre, desenvuelto y totalmente propositivo lo llama: -"Sígueme!"- ¿Cuál debe haber sido la fuerza de esta llamada y al mismo tiempo que tipo de luz interior debe haber recibido Mateo para motivarlo a alzarse y dirigirse tras el Maestro... no lo sabemos! El Caravaggio nos lo deja intuir al enlazar el gesto convocatorio de Jesús con una Luz que llega en pleno a Mateo, quien sorprendido aparece como quien dice: -¿A quién llamas? ¿A mí? - casi sin creerlo ni admitirlo.

Dios, en Jesucristo, nos muestra el poder que posee para transformar y ordenar la vida de los hombres de una serie de deseos y ambiciones que lo cierran en un presente con fecha de vencimiento, a panoramas y realidades mayores y más nobles donde, incluso la misma vida terrena, valdría la pena de ser sacrificada para lograr la plenitud de ese llamado que se vuelve comunión de vida, trato frecuente, compromiso, entrega y don de sí ante ese Jesús de Nazareth que es Dios.

La escena que viene luego de una banquete en el que Mateo se despide de su antigua vida para iniciar "este seminario con Jesús y los demás apóstoles" presenta una imagen de la condescendencia que el Salvador muestra hacia quien está en la perspectiva errada de la vida y cree que la sola posesión de las riquezas da el sentido definitivo al propio querer y obrar. Está allí en medio de todos esos publicanos como quien va el encuentro, como quien se hace el encontradizo para "reencontrarlo" en la fuente de sus deseos e iluminarla con su Sola Presencia.

2. La rigidez de un amor que no conoce la misericordia.

Los fariseos reprochan a Jesús y a sus discípulos esta excesiva cercanía con los "pecadores públicos"de la época. Presumen que la verdadera fidelidad a Yahveh -Dios- pasa por el conocimiento de la TORAH (el Pentateuco) e implica separarse de todos los que no conocen o no ponen en práctica lo que está dicho y mandado en la Torah.

Presumen de ser mejores que aquellos hombres ganados por la ambición y cuando no por el vicio del dinero, de la riqueza y del poder que suelen conllevar estos connubios. Es esta presunción que traiciona su voluntad de fidelidad a Dios.

Jesús, evocando al profeta Oseas: " Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos" (Os. 6, 6), dirá claramente a los fariseos y a todos los que podremos, a lo largo de los siglos, presumir de una buena conciencia por el solo hecho de tener prácticas rituales rutinarias o formalmente bien hechas. Dirá Jesús: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".

Los solos esfuerzos ascéticos o las solas prácticas rituales que no están acompañadas de sinceras actitudes de apertura, de acogida del otro, corren el riesgo de no hacer la voluntad personal de conocer y amar a Dios.

Jesús juzga la dureza de los fariseos y apuesta por un amor inclusivo que no discrimina ni aleja a nadie. La misericordia es esta calidad del amor que se conmueve por la casi radical incapacidad de bien en el otro. La misericordia es el amor que se concentra con delicadeza y respeto en torno a aquellas conciencias que barruntan un deseo de libertad, de pureza, de honestidad consigo mismo y con los demás.

Ese modo de obrar del Amor es propio de Dios porque solo Dios es capaz de una compasión que no humilla sino que ilumina la situación de quebranto o de pecado e indica y sugiere la vía para lograr la superación, la liberación, y alcanzar el perdón que reconduce a los niveles más nobles de la propia humanidad y dispone a la acogida humilde y agradecida de la experiencia de la filiación divina.

Jesús con su asistencia al banquete de Mateo y de sus amigos "excluídos" nos enseña el modo eclesial de desear y actuar el bien. La Iglesia es llamada a colocarse al lado del que fatiga más para comprender la rectitud y verdad de la propia vida y del propio sentido en esta historia.

No pocos de nuestros contemporáneos -incluidos nosotros- que han abrevado de las fuentes del consumismo y del hedonismo son los actuales "publicanos" que necesitan ser llamados, acompañados, visitados, esperados con paciencia y conquistados con la sola eficacia de la persuasión y de la benevolencia.

Que el Espíritu del Señor nos ilumine para lograr aquellas actitudes y gestos de cercanía con todo aquel que ve en la Iglesia solo una Institución de normas y preceptos, cuando en realidad, en primer lugar es la Testigo de una Misericordia que en ella obra los primeros milagros de la conversión y de la sinceridad.

Sea alabado Jesucristo. Siempre sea alabado.



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