domingo, 26 de agosto de 2012

ELEGIR y SEGUIR AL VERDADERO DIOS


La Palabra de Dios en este XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO nos solicita una reflexión y contemplación de nuestra condición de bautizados y discípulos del Señor Jesús: ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna!!!.  

De la liberación a la elección

El Pueblo de Israel (figura de la Iglesia, de la familia cristiana, de la comunidad educativa que anima una presencia escolar o parroquial) se ve expuesto, durante su peregrinaje hacia la Tierra Prometida a innumerables dioses y volver idólatra. El Pueblo de Israel está llamado a decidir si sigue a Yavhé o si sigue a los otros dioses que el entorno de pueblos con cultos politeístas, le muestran y que le ofrecen una aparente seguridad cuando más bien los subordina a las fuerzas de la naturaleza. Yavhé es un Dios personal, es un Dios que le ha dirigido su palabra por mediación humana y le llamado a un seguimiento fatigoso de liberación. Dejar de ser esclavo no ha sido fácil para Israel, la tentación de volver atrás ha estado siempre latente en su camino por el desierto. Los cansancios y fatigas le han distraído de la meta más de una vez. Elegir es necesario para ser libre. Elegir al Dios que convoca y pide fidelidad respecto a todos los demás dioses es una situación límite. Luego de elegir no habrá marcha atrás.
De allí que su respuesta es perentoria: ¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios! Jos 24,1-2a.15-17.18b.

Señor, Tú tienes palabras de vida eterna

El Evangelio de este XXI Domingo del Tiempo Ordinario Jn 6,60-69: ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nos presenta a un Jesús interpelante y hasta cierto punto desafiante.
Los domingos anteriores hemos leído los versículos precedentes de este capítulo 6. Jesús ha curado enfermos, gestos que constituyen signos –señales- de su ser Mesías, Hijo de Dios que somete al mal y a la enfermedad que aqueja al hombre y lo subyuga. La gente ha admirado esa eficacia de palabra y de obra y se interesa por él. El estupor llega a su máximo nivel cuando Jesús realiza el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces y la gente, sin mayor reflexión que la del estómago saciado, lee la señal como un mensaje de liberación política y económica que se traduce en su decisión de hacerlo rey. Jesús, afirma el texto, huyó de nuevo al monte solo. Jesús rechaza la reducción de su presencia, de su predicación y de sus milagros a la sola interpretación de que nos viene a resolver los problemas básicos de la vida: salud, alimentación, seguridad política. Jesús rechaza la identificación exclusivamente política de su Persona y de su actuar. El Reino de Dios es mucho más que la liberación de las solas esclavitudes que la historia y la corporeidad de los hombres ha generado.
Aquí surge otro milagro o señal de la divinidad de Jesús, y es cuando se acerca a sus discípulos ya embarcados y en medio de un lago de olas embravecidas. Jesús camina sobre las aguas y llega a su Comunidad de apóstoles que estaban atemorizados sea por la tormenta que por su presencia de primer impacto fantasmal. Pero Él les dijo: Soy Yo. No teman y en el acto tocan la orilla con la barca superando todo peligro.
Jesús es buscado por la multitud porque se han visto saciados en su necesidad básica de alimentación y lo quieren entre los que toman decisiones para que le asegure la comida. La búsqueda de Jesús es una búsqueda interesada que se aleja de la intención de revelación que ha mostrado Jesús cuando realizó sus señales. Jesús pone al descubierto sus intenciones inmediatistas y lejanas del corazón de Dios:  Obren por el alimento que permanece para vida eterna, el que les dará el Hijo del Hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello (Jn, 6, 27).
Es decir, progresivamente, Jesús señala metas más nobles de comprensión y de seguimiento de su persona que la sola satisfacción corporal del pan multiplicado; las razones del Hijo de Dios que multiplica el pan para robustecer la salud corporal son mayores y más nutritivas que el mismo pan multiplicado. El discípulo de Jesús, Hijo de Dios, habrá de alimentarse del mismo Jesús: Yo soy el Pan Vivo bajado del cielo, si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne para la vida del mundo (Jn 6, 51). Y esta afirmación provoca perplejidad y estupor… ¿“comer SU carne?...? ¿Qué propuesta religiosa puede ser ésta que se sugiere antropófoga? ¿Estamos ante un maestro o ante un desquiciado? Pero aún cuando añadirá: Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. (Jn 6, 53-54)
Pero la afirmación que colma el vaso del estupor, de la sorpresa cuando no del escándalo es esta que dice: Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita (otros dicen: permanece) en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí (Jn 6, 55-57).

De la perplejidad a la contestación y al rechazo, del rechazo a la profesión de fe personal y eclesial

Con este recorrido llegamos al desenlace del Capítulo 6 de Juan en el que se constata la perplejidad en el público que seguía a seguía a Jesús:  Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ¿Esto les hace vacilar?, ¿y si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de ustedes no creen. (Jn 6, 60-64). Hace falta la superación de una lectura material del mensaje de Jesús y es necesario decodificar el lenguaje de superación moral y espiritual que implica el comerlo a Él, el habita o permanecer en y con Él. La argumentación no es al interno de una lógica de realidades físicas, sino espirituales. El espíritu de Dios con su capacidad creadora hará posible que haya una mediación material por la que se comunique la vitalidad del mismo Dios al hombre pecador, por la que la fuerza del amor que supera todo egoísmo raíz de todo pecado, llegará al corazón (es decir a la mente-pasionalidad-voluntad humanas) de cada persona. Es así como la vida de Dios comunicada por la humanidad resucitada de Jesucristo habrá de impregnar nuestra mente y libertad y habrá de purificar nuestros afectos y deseos del egoísmo. Lo que Jesús hace es preanunciar su EUCARISTÍA. El sacrificio cruento de la cruz se habrá de actualizar mediante el sacramento del Eucaristía y del rito que lo hace presente para la Comunidad Eclesial.
De allí que la perplejidad de los discípulos invita a poner la pregunta de rigor a los apóstoles por parte de Jesús que suscita la respuesta corporativa por la voz de Pedro: ¿También ustedes quieren marcharse? Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios. (Jn 6, 67-69).

La Eucaristía como encuentro vital con Jesús

Como bautizados que somos nos vemos enfrentados todos los días a tomar decisiones sobre aquello que nos deleita más o menos, sobre aquello que dirige nuestro pensamiento con relación al propio proyecto de vida, a los medios y fines de nuestra realización personal, como profesionales y como personas comprometidas con la marcha social desde la familia y los espacios de encuentro, de amistad y de compromiso. Las razones de nuestros diferentes niveles de afiliación pueden constituirse en una renovada oportunidad de pertenencia y de intimidad con Cristo o su contrario, es decir, caer en situaciones de infidelidad al propio bautismo que coinciden con el adulterio del pueblo de Israel como forma de apostasía, de negación del único y verdadero Dios en la propia vida.
La verdadera lucha se da en el corazón del creyente que necesita aprender a discernir qué tipo de fidelidad construye y vive hacia Jesús. La mediación sacramental de la Eucaristía y su resonancia social que nos mueve a la solidaridad efectiva más allá del momento ritual, se constituye en nuestra manera actual de permanecer y habitar en Jesús. La vida eterna no se entenderá sobre todo ni en primer lugar en la situación atemporal del después de mi muerte; más bien, en la mentalidad semita que no se refiere al tiempo o a su ausencia cuando habla de lo eterno de Dios, habremos de comprender que la vida eterna de la que habla Jesús y de la qué Él es el contenido de dicha eternidad, se trata más bien de una condición existencial, de un estilo de vida que implica una moralidad afianzada en una practica de acciones realizadas en el amor de don y entrega que es la naturaleza de Dios. Si Dios es amor, comer su carne y ver su sangre implica un decidir pertenecer a su radical lógica de amar en vez de entronizarse a sí mismo como referente de toda atención y de todo placer. Vivir eternamente ocurre ya ahora si mi horizonte práctico se fundamenta en una práxis de amor de don, de entrega, de servicio que me encuentra presente en toda justicia y ausente cuando combatiente de toda inequidad.
Independientemente del momento de mi muerte, tengo vida eterna si en la praxis de mi vida, el egoísmo y sus formas de narcisismo, de lujuria, de mentira, de exceso, de codicia y ambición desmedida y desordenada de poder son erradicados por una praxis inteligentemente querida y cultivada de amor de sí en proyección de servicio solidario; de veracidad que sostiene relaciones de sinceridad, lealtad y transparencia; en colaboración que coadyuva proyectos institucionales que promueven la superación de esclavitudes culturales, económicas pero sobre todo que propugnan la libertad religiosa de adorar a un solo Dios que se revela como Familia de comunión perfecta en un amor que señala el horizonte de cumplimiento de la sociedad civil y política.
Con Pedro, la Iglesia de todos los tiempos y en sus diversas formas de eclesialidad desde la familia, las parroquias y diócesis, las agregaciones inspiradas en el Evangelio, con prontitud afirmamos, ante las amenazas de propuestas secularistas, de una globalización que homologa todos y a todos en un solo paradigma de consumo y de placer, con la absoluta certeza que nuestra fe-confianza no se verá defraudada: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.
Buen Domingo!!!

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