La Palabra de Dios en este XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO nos solicita una reflexión y
contemplación de nuestra condición de bautizados y discípulos del Señor Jesús:
¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna!!!.
De la liberación a la elección
El Pueblo de Israel (figura de la Iglesia, de la familia
cristiana, de la comunidad educativa que anima una presencia escolar o
parroquial) se ve expuesto, durante su peregrinaje hacia la Tierra Prometida a
innumerables dioses y volver idólatra. El Pueblo de Israel está llamado a
decidir si sigue a Yavhé o si sigue a los otros dioses que el entorno de
pueblos con cultos politeístas, le muestran y que le ofrecen una aparente seguridad
cuando más bien los subordina a las fuerzas de la naturaleza. Yavhé es un Dios
personal, es un Dios que le ha dirigido su palabra por mediación humana y le
llamado a un seguimiento fatigoso de liberación. Dejar de ser esclavo no ha
sido fácil para Israel, la tentación de volver atrás ha estado siempre latente
en su camino por el desierto. Los cansancios y fatigas le han distraído de la
meta más de una vez. Elegir es necesario para ser libre. Elegir al Dios que
convoca y pide fidelidad respecto a todos los demás dioses es una situación
límite. Luego de elegir no habrá marcha atrás.
De allí que su respuesta es perentoria: ¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a
dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a
nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes
signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por
donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios! Jos
24,1-2a.15-17.18b.
Señor, Tú tienes palabras de vida eterna
El Evangelio de este XXI Domingo del Tiempo Ordinario Jn
6,60-69: ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nos presenta a un
Jesús interpelante y hasta cierto punto desafiante.
Los domingos anteriores hemos leído los versículos precedentes de este
capítulo 6. Jesús ha curado enfermos, gestos que constituyen signos –señales-
de su ser Mesías, Hijo de Dios que somete al mal y a la enfermedad que aqueja
al hombre y lo subyuga. La gente ha admirado esa eficacia de palabra y de obra
y se interesa por él. El estupor llega a su máximo nivel cuando Jesús realiza
el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces y la gente, sin
mayor reflexión que la del estómago saciado, lee la señal como un mensaje
de liberación política y económica que se traduce en su decisión de hacerlo
rey. Jesús, afirma el texto, huyó de nuevo al monte solo. Jesús
rechaza la reducción de su presencia, de su predicación y de sus milagros a la
sola interpretación de que nos viene a resolver los problemas básicos de la
vida: salud, alimentación, seguridad política. Jesús rechaza la
identificación exclusivamente política de su Persona y de su actuar. El
Reino de Dios es mucho más que la liberación de las solas esclavitudes que la
historia y la corporeidad de los hombres ha generado.
Aquí surge otro milagro o señal de la divinidad de Jesús, y es
cuando se acerca a sus discípulos ya embarcados y en medio de un lago de olas
embravecidas. Jesús camina sobre las aguas y llega a su Comunidad de apóstoles
que estaban atemorizados sea por la tormenta que por su presencia de primer
impacto fantasmal. Pero Él les dijo: Soy Yo. No teman y en el acto tocan
la orilla con la barca superando todo peligro.
Jesús es buscado por la multitud porque se han visto saciados en su
necesidad básica de alimentación y lo quieren entre los que toman decisiones
para que le asegure la comida. La búsqueda de Jesús es una búsqueda interesada
que se aleja de la intención de revelación que ha mostrado Jesús cuando realizó
sus señales. Jesús pone al descubierto sus intenciones inmediatistas y
lejanas del corazón de Dios: Obren por el alimento que permanece para vida eterna, el
que les dará el Hijo del Hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha
marcado con su sello (Jn, 6, 27).
Es decir, progresivamente, Jesús señala metas más nobles de comprensión
y de seguimiento de su persona que la sola satisfacción corporal del pan
multiplicado; las razones del Hijo de Dios que multiplica el pan para
robustecer la salud corporal son mayores y más nutritivas que el mismo pan
multiplicado. El discípulo de Jesús, Hijo de Dios, habrá de alimentarse del
mismo Jesús: Yo soy el Pan Vivo bajado del
cielo, si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a
dar, es mi carne para la vida del mundo (Jn 6, 51). Y esta
afirmación provoca perplejidad y estupor… ¿“comer SU carne?...? ¿Qué propuesta
religiosa puede ser ésta que se sugiere antropófoga? ¿Estamos ante un maestro
o ante un desquiciado? Pero aún cuando añadirá: Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
(Jn 6, 53-54)
Pero la afirmación que colma el vaso del estupor, de la sorpresa cuando
no del escándalo es esta que dice: Mi carne
es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y
bebe mi sangre habita (otros dicen: permanece) en mí y yo en él. El Padre que
vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come
vivirá por mí (Jn 6, 55-57).
De la perplejidad a la contestación y al rechazo, del rechazo a la profesión de fe personal y eclesial
Con este recorrido llegamos al desenlace del Capítulo 6 de Juan en el
que se constata la perplejidad en el público que seguía a seguía a Jesús: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? Adivinando
Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ¿Esto les hace vacilar?, ¿y
si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien
da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu
y vida. Y con todo, algunos de ustedes no creen. (Jn 6, 60-64). Hace
falta la superación de una lectura material del mensaje de Jesús y es necesario
decodificar el lenguaje de superación moral y espiritual que implica el comerlo
a Él, el habita o permanecer en y con Él. La argumentación no es al
interno de una lógica de realidades físicas, sino espirituales. El espíritu de
Dios con su capacidad creadora hará posible que haya una mediación material por
la que se comunique la vitalidad del mismo Dios al hombre pecador, por la que
la fuerza del amor que supera todo egoísmo raíz de todo pecado, llegará al
corazón (es decir a la mente-pasionalidad-voluntad humanas) de cada persona. Es
así como la vida de Dios comunicada por la humanidad resucitada de Jesucristo
habrá de impregnar nuestra mente y libertad y habrá de purificar nuestros
afectos y deseos del egoísmo. Lo que Jesús hace es preanunciar su EUCARISTÍA.
El sacrificio cruento de la cruz se habrá de actualizar mediante el sacramento
del Eucaristía y del rito que lo hace presente para la Comunidad Eclesial.
De allí que la perplejidad de los discípulos invita a poner la pregunta
de rigor a los apóstoles por parte de Jesús que suscita la respuesta corporativa
por la voz de Pedro: ¿También ustedes quieren
marcharse? Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes
palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo
consagrado por Dios. (Jn 6, 67-69).
La
Eucaristía como encuentro vital con Jesús
Como bautizados que somos nos vemos enfrentados todos los días a tomar
decisiones sobre aquello que nos deleita más o menos, sobre aquello que dirige
nuestro pensamiento con relación al propio proyecto de vida, a los medios y
fines de nuestra realización personal, como profesionales y como personas
comprometidas con la marcha social desde la familia y los espacios de
encuentro, de amistad y de compromiso. Las razones de nuestros diferentes
niveles de afiliación pueden constituirse en una renovada oportunidad de
pertenencia y de intimidad con Cristo o su contrario, es decir, caer en
situaciones de infidelidad al propio bautismo que coinciden con el adulterio
del pueblo de Israel como forma de apostasía, de negación del único y
verdadero Dios en la propia vida.
La verdadera lucha se da en el corazón del creyente que necesita
aprender a discernir qué tipo de fidelidad construye y vive hacia Jesús. La mediación
sacramental de la Eucaristía y su resonancia social que nos mueve a la
solidaridad efectiva más allá del momento ritual, se constituye en nuestra
manera actual de permanecer y habitar en Jesús. La vida eterna no se
entenderá sobre todo ni en primer lugar en la situación atemporal del después
de mi muerte; más bien, en la mentalidad semita que no se refiere al tiempo
o a su ausencia cuando habla de lo eterno de Dios, habremos de comprender que la
vida eterna de la que habla Jesús y de la qué Él es el contenido de
dicha eternidad, se trata más bien de una condición existencial, de un
estilo de vida que implica una moralidad afianzada en una practica de acciones realizadas
en el amor de don y entrega que es la naturaleza de Dios. Si Dios es amor, comer
su carne y ver su sangre implica un decidir pertenecer a su radical
lógica de amar en vez de entronizarse a sí mismo como referente de toda
atención y de todo placer. Vivir eternamente ocurre ya ahora si mi
horizonte práctico se fundamenta en una práxis de amor de don, de entrega, de
servicio que me encuentra presente en toda justicia y ausente cuando
combatiente de toda inequidad.
Independientemente del momento de mi muerte, tengo vida eterna
si en la praxis de mi vida, el egoísmo y sus formas de narcisismo, de lujuria,
de mentira, de exceso, de codicia y ambición desmedida y desordenada de poder
son erradicados por una praxis inteligentemente querida y cultivada de amor de
sí en proyección de servicio solidario; de veracidad que sostiene relaciones de
sinceridad, lealtad y transparencia; en colaboración que coadyuva proyectos
institucionales que promueven la superación de esclavitudes culturales,
económicas pero sobre todo que propugnan la libertad religiosa de adorar a un
solo Dios que se revela como Familia de comunión perfecta en un amor que señala
el horizonte de cumplimiento de la sociedad civil y política.
Con Pedro, la Iglesia de todos los tiempos y en sus diversas formas de
eclesialidad desde la familia, las parroquias y diócesis, las agregaciones
inspiradas en el Evangelio, con prontitud afirmamos, ante las amenazas de
propuestas secularistas, de una globalización que homologa todos y a todos en
un solo paradigma de consumo y de placer, con la absoluta certeza que nuestra
fe-confianza no se verá defraudada: «Señor,
¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y
sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.
Buen Domingo!!!
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