Jesucristo revela que es Dios
¡Era la limpidez y la transparencia de la Divinidad! ¡Era la Belleza!
La Transfiguración ocurre como tantas cosas en la vida de los Discípulos, con una finalidad formativa: "Para que superasen el escándalo de la cruz", porque Jesús caminaba hacia su propia inmolación en la cruz y de eso nadie lo separaba. Él caminaba hacia su propia crucifixión, la Belleza caminaba hacia su propia crucifixión.
La experiencia de la crucifixión ha sido una de las experiencias más crueles que las penas y castigos de los hombres hayan podido inventar a lo largo de los siglos. El castigo de la crucifixión revela lo que ocurre cuando la inteligencia de la creatura se aleja de su Creador: se embrutece, se denigra, humilla a sus semejantes; se vuelve arrogante y presumida, destruye y avasalla.
Esta disposición del corazón herido del hombre es enfrentada, es curada, es iluminada por la vulnerabilidad de la Belleza. Dios atrae a todo hombre desde la Belleza de su Único Hijo, "en quien se complace", y la Presencia del Hijo entre los hombres no amenaza, sino que solicita, llama, sugiere, propone... espera y perdona!
¡Cuán infinita debe ser la Misericordia de Dios que en su Hijo nos trata con constante benevolencia! ¡Cuánto ama Dios nuestro trato, aún sin que Le beneficie en absoluto ,que hasta se ha hecho Hombre y Hombre Crucificado!
¡Cuánto vale mi pobre carne si hasta mis ojos lo han visto transfigurado desde mi propia carne!
Prosigamos el camino de la Cuaresma con sobriedad pero con entusiasmo. La cercanía de la cruz significa cercanía de la Belleza. La Cruz no es bella por sí misma, ella trae dolor, desesperación, angustia... pero la cruz lleva al Señor Jesucristo! Entonces, "esa Cruz" en la que yace mi Señor ya Resucitado... esa Cruz, es también mía.
Aprovechen este poema que entraña tanto amor de creatura y de redimido hacia su Creador y Redentor. Dios te bendiga!
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar, por eso, de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Anónimo, s. XVI
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