martes, 3 de marzo de 2009

El DESIERTO, espacio de esencialidad y de intimidad

La Cuaresma ha iniciado para todos los cristianos un tiempo de preparación que solicita nuestra atención. Cuando la Liturgia elige determinados textos e imágenes en su celebración de la Palabra y en la las oraciones que se recitan en la Asamblea lo hace con la evidente intención de propiciar un clima, de sugerir un itinerario que nos conduzca a una mayor claridad vocacional según la propia llamada.


  1. El desierto es una de esas imágenes que frecuenta el vocabulario y la iconografía religiosa cristiana. Nos viene por herencia, pues la epopeya del Éxodo del Pueblo de Israel arraigada en nuestras conciencias, nos ha mostrado cuanta fatiga se necesita para lograr la propia libertad, para realizarla y para no recaer en la esclavitud. El desierto puso al Pueblo de Israel en una nueva situación de dependencia, que a diferencia de las precedentes relaciones de dependencia, no generaba esclavitud sino que solicitaba la libertad. Aquella libertad con capacidad para discernir, elegir y amar. La liberación acompaña y precede a la verdadera ibertad.

  2. El desierto nos coloca en la situación de esencialidad. ¿Qué se anhelaría si de pronto nos encontráramos en pleno desierto sin más propiedad que la propia piel? Ciertamente que tantas cosas no las veríamos como necesarias; dejaríamos de añorar el auto que nos ahorra tanto tiempo y nos ofrece no pocas comodidades, pues, lo que nos sobraría es el tiempo, ¿para qué ahorrarlo? Nos preguntaríamos, más bien, ¿qué hago con este tiempo que fluye entre mis dedos? Sin duda que en pleno desierto nos preocuparía mucho más la plena subsistencia: ¿Y cómo hago para sobrevivir? Me aferraría a aquello que parece menos bello y útil con tal que me asegure algunas gotas de agua o algún tipo de alimentación. Tal vez extrañaría el último menú que hubiere comido a saciedad. De acuerdo, pero extrañar no me asegurará la inmediata urgencia de sobrevivir. Me daría cuenta que se puede sobrevivir, ¡sí! Seleccionando lo que mejor tenga ante mí, percibiría que se puede seguir adelante.

  3. El desierto me daría tanto, pero tanto silencio. Me encontraría a cada rato conmigo mismo. Tal vez desesperaría, tal vez me sentiré harto de verme, ya no en un espejo, sino en la fresca lucidez de mi conciencia… y aunque muy fresca, sería una visión demasiado sincera para tolerarla. Querría con locura ver otro rostro que no fuese el mío… total, ya lo conozco! O al menos eso suelo creer. El desierto me pondría en la situación de verme sin máscaras, sin excusas, sin prisa, sin horarios que apuran la conciencia y nos van adormeciendo, sin apariencias… o mejor, superando las apariencias. El desierto trae verdad.

  4. Pero el regalo mayor que el desierto puede traerme es la percepción silenciosa y gradualmente creciente de que no estoy solo. Que conmigo o mejor dicho, que en mí, que en un ángulo de toda mi bulliciosa carrera está una Mirada que espera… simplemente espera. Cuando el desierto nos ha desintoxicado de los ruidos de todas las imágenes, del ruido de todas las voces en sus diversos grados de prepotencia y de arrogancia, cuando nos ha ido dejando limpios de toda excusa y pretensión de defensa, entonces se alza la Mirada y la Mirada se vuelve Voz.

  5. El desierto precede a la Voz. La Voz revela al Misterio, lo aclara, lo anuncia a la propia intimidad y desvela todas y cada una de nuestras intenciones. La Voz anuncia, el Misterio penetra. Es entonces cuando el desierto se vuelve compañía, sosiego, liberación. Yo mismo me encuentro más allá de mí mismo en esa Presencia que, desde siempre, solo pone en la vida todo lo que piensa, toca y ama. El desierto me ha abierto al encuentro con Dios. Dios es cuando da vida, cuando la protege, cuando la promueve a su pleno cumplimiento…porque ¡ESA ES SU VOLUNTAD! El desierto me hace más íntimo a mí mismo y me funde en un abrazo con mi Fuente, mi Creador… mi Hermano, Padre y Santificador.

  6. El desierto me abrió el oído a la Voz y me dijo: ¡Hijo Mío, vuelve! El desierto no calló su Misterio y escuché: ¡Hermano, estoy a la puerta de tu casa! ¡Ábreme por favor! El desierto no pudo evitar el ímpetu del Viento y el Viento sopló y dijo: ¡Ábrete!!Vuelve a la Vida! ¡Yo soy tu Vida!

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